Denuncio los besos fingidos, los aspavientos de cariño simulado.
Denuncio el terrorismo íntimo, denuncio el cotilleo, denuncio entrometerse en
la libertad ajena, denuncio la falta de calor, de respeto, de educación.
Denuncio los gritos, las improntas desairosas, el mal humor reiterado, el
descontrol y la ira.
Denuncio la cobardía, el egoísmo y el mal carácter. Denuncio la rendición, la
inapetencia y la no empatía. Denuncio el aislamiento, la falta de ética y no de
religión.
Denuncio la incoherencia, los jueces sin medalla, denuncio las jaulas
domésticas y el pan mal saboreado. Denuncio la hipocresía, el hacer por
compromiso, las convenciones idiotas, la involución. Denuncio pastar con el
rebaño, denuncio la intolerancia, denuncio el clasismo y el ser snob.
Denuncio que se resignen las vocaciones, las vacaciones por trabajo, las
votaciones si es el pueblo el soberano. Denuncio la individualidad mal
entendida, el amor mal aprendido, la vejez mal llevada.
Pero amo la vida, pisar las hojas de los árboles de otoño, el olor a césped
recién cortado.
Amo un café humeante frente a un gran ventanal mientras la lluvia golpea
con fuerza los cristales.
Amo el sol del invierno cuando entra por mi ventana y en la cama se recuesta.
Amo las charlas nocturnas, ahondar en las pobrezas, hurgarlas, sacarlas y
observarlas de frente.
Amo mirar a los ojos, sonreír sin motivo, llorar sin argumentos.
Amo dormir un poco más los domingos y alargar la noche los sábados. Amo besar
la piel de mi hijo pequeño después del baño y hablarle de filosofía al mayor.
Amo llegar a casa sabiendo que me esperan, amo quedarme a solas cuando se van.
Amo si un desconocido comienza a desvelarse, amo quitar las hierbas de mi
jardín y reflexionar sobre el mundo mientras aseo la cocina.
Amo encontrar buena música, buenos libros, buena gente.
Amo descubrir sin sorpresa que me queda mucho por aprender sobre mi misma, que
a pesar de todo mi capacidad de ilusión está intacta, que sigo creyendo en las
personas y puedo enamorarme como la primera vez.
Amo mi independencia, amo que nada restringe la libertad de mi espíritu, amo
seguir tropezando con las mismas piedras porque sé que en algún momento pasaré
a otra lección y será el tiempo del disfrute.
Amo jugar a la guerra de cojines, reírme hasta que duelan las costillas y,
cuando toca, ser como un árbol erguido que llora hasta que no hay lágrimas.
Amo caminar bajo la lluvia, detenerme empapada y sentirla sobre la piel.
Amo el café de las mañanas, las tostadas que nunca me preparo y los rojos
tacones que nunca llevo.
Amo encontrar gente decepcionante, y no porque sea masoquista, sino porque la
vida se encarga de ir haciéndome camino.
Amo la serenata que nadie me ha dado y el encuentro inesperado al doblar la
esquina.
Amo mis vivencias, todas me han hecho crecer.
Amo a quien se da sin reservas, a las manos que no señalan y se regodean en
caricias sin preguntarse por qué. Amo a los viejecitos que aún caminan de la
mano.
Amo las puertas automáticas de los supermercados porque no les importa quién
seas, lo que tengas o cómo vayas ataviado para dejarte entrar.
Amo a quienes no tienen miedo, que se reinventan conforme pasa la vida, que
luchan por lo que quieren y saben esperar.
Amo el olor de la casa de mi madre y reconocer el de cada uno de los que amo.
Amo mirar viejas fotografías, cuando la niña que fui tenía seis años y el mundo
era todo lo que se abría a partir de casa.
Amo saber quién viene con sólo escuchar la forma de caminar, amo el tango
que no han bailado conmigo, el cigarro que enciendo para otro, el prender velas
e inciensos en la oscuridad.
Que en el lienzo que despliego a diario, soy yo la que elige los colores y sé
quién soy, por sobre todas las cosas.
Por lo que respecta a mi, lo penúltimo que amo, es ese poema que tuve la suerte de oir en la voz de su autora la otra tarde, y lo último, son los regalos inesperados que no han sido comprados en ninguna tienda, que han sido pensados y fabricados solo para mi y que recibo cuando ya no esperaba nada.
Gracias(esto también lo amo, tener capacidad para darlas).