A la vuelta, siempre procuraba dedicar un momento para vaciar la mochila y recoger los signos de su paso por el lugar donde se había escapado esa vez: un billete de avión, la entrada de algún museo, un plano de la ciudad, la tarjeta de aquel restaurante que creyó descubrir y al que con toda probabilidad no volvería jamas, la factura de su hotel... Todas las secuelas de un viaje que difícilmente repetiría porque el mundo era demasiado grande y prefería ir a destinos nuevos antes que repetir uno ya explorado.
Todos esos detalles que traía de vuelta a casa, pasaban a engrosar una caja de recuerdos que luego raramente tenía tiempo para abrir, pero que le daban una cierta seguridad, la de poder suavizar la vuelta a la realidad estirando un poco más su escapada. Y por otra parte, le otorgaban también tranquilidad; sabía que si olvidaba, allí, en la caja tendría las piezas necesarias para recomponer esa huida de alguna manera.
Todos esos detalles que traía de vuelta a casa, pasaban a engrosar una caja de recuerdos que luego raramente tenía tiempo para abrir, pero que le daban una cierta seguridad, la de poder suavizar la vuelta a la realidad estirando un poco más su escapada. Y por otra parte, le otorgaban también tranquilidad; sabía que si olvidaba, allí, en la caja tendría las piezas necesarias para recomponer esa huida de alguna manera.
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