("Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos,
la edad de la sabiduria,
el ciclo de la estudipez,
la fase de la creencia,
la etapa de la incredulidad, la estación de la luz,
la hora de las sombras,
era la primavera de la esperanza,
el invierno de la desesperación, lo teníamos todo por delante, nada habia frente a nosotros...")
Siete años después, ni el libro que ahora releo("La ridícula idea de no volver a verte") ni ese punto de libro de una artista de diez años de entonces, tienen el mismo valor. El tiempo y lo vivido me han servido para comprender mucho más el primero y revalorizar el segundo.
Han terminado de comer. Alguien ha abierto la única ventana del cuarto que hace las veces de comedor, para que prohibición y humo encuentren la misma salida.
Mantienen alguna conversación intrascendente de sobremesa y ella, aunque sentada entre los demás, ha dejado de estar allí hace rato.
De repente, un "¿pero qué haces?" la devuelven al lugar.
- "Una foto", contesta ella
- Pero ¿a qué?, le preguntan entre risas y extrañeza
En un instante se ha convertido en el centro de la escena. No sabe como salir del atolladero y se limita a contestar: "nada, una tontería".
Guarda el teléfono y no enseña la imagen porque sabe de sobra, que ninguno de sus compañeros entendería lo que ella esta viendo en su vaso de plástico.
Visualicé en modo ráfaga la película de un gran número de cumpleaños. La mayoría pudo haberlos celebrado más, o simplemente de otra manera; también pudo en muchos de ellos haber reunido a todos los suyos, porque aún existía la posibilidad real de hacerlo. Recuerdo bastantes con regalos fallidos, y una infinidad de los que pasaron como un día ordinario porque entendió que no había nada que festejar.
Y lo que deseé el pasado veintiocho de enero fue, que no recordase ninguno de esos días malgastados, que no le pesara haber desaprovechado todas esas posibilidades de ser feliz con tanta facilidad, que no tuviera la necesidad de arrepentirse.