Un momento de despreocupación
como el que te llega cuando sentado en el avión a punto de despegar, eres
consciente de que lo único que tienes ya que hacer es disfrutar de tu escapada; o como ese que sientes al escuchar en tu cabeza o de quien bien te quiere, en
la cama, lo de “venga, ahora a descansar, que mañana será otro día”, con la
seguridad de que al despertar con la luz del sol, verás lo que ahora te ahoga
de manera diferente.
Esa indolencia que experimentas cuando
te haces el muerto en el mar; los ojos cerrados, tu cuerpo ingrávido flotando a
la deriva, como único sonido el siseo
del fondo del mar y tu respiración… o esa indiferencia de cuando llegas a ser capaz de sentir sólo el agua caliente
resbalando por todo tu cuerpo al buscar la salvación de un día agotador en la
ducha.
El interés de tus cinco sentidos preparados -mientras se
oye la canción de movierecord- para centrarse únicamente en esa pantalla del cine que contará una historia que
te llevará a otra realidad.
De esa necesidad de despreocupación, o de indolencia, o de indiferencia, o desinterés, o calma, es de la que hablo; hace ocho meses que la perdí y no he logrado recuperarla.
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