lunes, 26 de octubre de 2020

De cuando tampoco se puede circular libremente



Un momento de despreocupación como el que te llega cuando sentado en el avión a punto de despegar, eres consciente de que lo único que tienes ya que hacer es disfrutar de tu escapada; o como ese que sientes al escuchar en tu cabeza o de quien bien te quiere, en la cama, lo de “venga, ahora a descansar, que mañana será otro día”, con la seguridad de que al despertar con la luz del sol, verás lo que ahora te ahoga de manera diferente.

Esa indolencia que experimentas cuando te haces el muerto en el mar; los ojos cerrados, tu cuerpo ingrávido flotando a la deriva,  como único sonido el siseo del fondo del mar y tu respiración… o esa indiferencia de cuando llegas a ser  capaz de sentir sólo el agua caliente resbalando por todo tu cuerpo al buscar la salvación de un día agotador en la ducha.

El interés  de tus cinco sentidos preparados -mientras se oye la canción de movierecord- para centrarse únicamente en esa  pantalla del cine que contará una historia que te llevará a otra realidad.

De esa necesidad de despreocupación, o de indolencia, o de indiferencia, o desinterés, o calma,  es de la que hablo; hace ocho meses que la perdí y no he logrado recuperarla.




 

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