Piensa que no pudieras levantarte de tu cama, ni asearte por ti mismo, ni comer, ni siquiera ir al baño solo; que no tuvieras de repente autonomía y que para todo dependieras de otras personas.
Piensa que ya no pudieras ir a
trabajar, ni arreglarte para los demás, ni compartir con quienes no son tu
familia y amigos, experiencias nuevas; que tu entorno se circunscribiera a las cuatro paredes de una habitación.
Ahora piensa, que ya no pudieras planear
nada a largo plazo, que solo pudieras contar con el presente.
Piensa también, que tu tiempo aquí estuviera en manos de otros, de un comité de sabios que decidieran sobre tu cuerpo y por tanto, sobre ti.
Piensa que no pudieras ni
siquiera asomarte a una ventana para ver pasar la vida que desafortunadamente hubiera empezado a consumirse para ti.
Y con todo, piensa que además tuvieras que buscar una razón para seguir luchando cada día, para no rendirte.
Vivir es una obligación para los que no estamos en esa situación tan difícil como real. Pero no sólo vivir, sino estar agradecidos por poder hacerlo cada día en mejores condiciones que las que acabo de contar.