Te plantas delante de tus primeros catorce años y tocas a la
puerta, como si al otro lado aún existiera esa parte de tu vida, como si se pudiera regresar simplemente
atravesando un umbral. Y cometes la torpeza de cruzarlo para enfrentarte a quemarropa
con sus nuevos moradores. No queda nadie ni nada de lo que has vivido allí y tú ya lo sabias de
antemano, pero has tenido la necesidad
de comprobarlo.
El pasado no es un lugar.
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