Al pasar por allí el otro día me vi buscando irremediablemente lo que algunos dibujamos en esas paredes hace más de treinta años, como si fuera imposible la superposición de otras identidades a la nuestra y nuestra huella fuera indeleble. De bruces, me encontré -en el que aún considero mío- con nuevas pintadas y nuevos inquilinos, puede que con un aspecto muy distinto al nuestro de entonces pero viviendo esa etapa universal en la que todos empezamos a librar batallas, nos debatimos entre inseguridades, soñamos futuros improbables, padecemos amores/desamores que creemos trascendentales y vamos realizando las primeras elecciones que de manera inconsciente determinan ya nuestra vida y nuestro modo de enfrentarnos a ella.
No se añoran los lugares, sino los tiempos.
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