El olvido lleno de memoria

 

A simple vista una tienda de electrodomésticos en liquidación. Pero eso,  es  sólo lo evidente y el ahora, una última historia que se superpuso -no hace tanto- a otra en la que existió allí una casa con una puerta de madera maciza y una aldaba dorada, una escalera de suelo rojo -inmensa  a los ojos de una niña- con una pasamanos de madera en forma de animal salvaje,  sillones de escay verdes, un baño de azulejos azules muy muy frío;  arcones donde guardar la ropa,  un columpio en la azotea hecho con una cuerda y un cojín;  camas altísimas,  mantas que pesaban como quintales, interruptores de luz antiguos, bolas de alcanfor en los altillos; un almacén para jugar al escondite, un R8 al que siempre se temía gastar la batería, un despacho en donde husmear;  tortas de pascua  en el cajón de un armario, bocadillos de pan recién hecho, una botella de licor café inagotable, el plato del embutido; olores y sabores de comidas cuyas recetas ahora nadie recuerda; una televisión en la que existía un único canal o todo lo más dos; braseros, orinales, la fresquera, algún crucifijo; una figura pequeña de un señor apodado “tio Paco”; vistas de una huerta hoy moribunda en la que aún habían acequias; navidades, san joses; sestear por obligación, rezar antes de dormir, conocer a parientes lejanos, ir a la matanza, cantar el aguinaldo, la misa de los domingos...Y  abuelos, hermanos, tíos y nietos que ahora ya no son o son otros con sus propias familias. E imágenes inolvidables  y sensaciones irrepetibles.

Y todo, absolutamente todo, desvinculado de la existencia; ya irreal, pasado, agotándose en la memoria de los que lo vivieron; desvirtuándose lentamente a fuerza de recordarlo.