Las
wii no huelen a nada
Todo lo más a fábrica china, a humedad de contenedor o
como mucho a estantería de Media Markt. Y eso no son olores que se te agarren a
la memoria y puedan arroparte y hacerte esbozar esa sonrisa que a veces llevan
algunos por la calle y que nos hace preguntarnos de qué coño se reirá ese
imbécil.
Nadie debería crecer oliendo a eso, o peor aún, oliendo
a miseria, a basura, a pólvora , a miedo.
Yo tuve suerte, aunque mi hijo piensa que soy una
especie de australopiteco porque sigo sin saber jugar a la wii y de pequeño ¡no
teníamos teléfonos móviles!.
A veces, mientras comemos, me pide que le cuente
historias de una pelota hecha con las bolsas de los bocatas, de cómo encendíamos
el brasero de la abuela o de como cazábamos gorriones a
perdigonazos.
Entonces cierro los ojos y puedo olerlo. Sí, ¡puedo
olerlo! Huelo el carbón del brasero, el pan, las migas, el arroz y conejo, el
gato, la huerta, el arcón de los dulces de navidad, el estanco de mis tías, la
iglesia, la tiza y la pizarra, los libros y las libretas sin estrenar, los
rotuladores Carioca y los lápices Alpino, el bidón de cartón de Ariel donde
guardaba los juguetes, la tienda donde mi madre me compraba a pellizcos los
pantalones, la papelería, la casa de la tata e incluso el olor de la
enmohecida antigua biblioteca Villaspesa de Almería y sobre todo, el olor de mi
abuela porque no nos equivoquemos, las abuelas cuando eres niño, por lo menos
las mías, olían de forma distinta; cálida, dulce, entrañable, tierna,
acogedora, apacible.
Gracias a Dios los que estamos en esto que suele
llamarse cuarentón y cincuentón tenemos un enorme disco duro donde aun se pueden
ir guardando cosas y lo que es mejor aún, los archivos antiguos aun no están
corruptos (¿se dice así?) y , aunque son de una versión antigua del office, son
compatibles y aun pueden abrirse y ser leídos.
A menudo tengo la extraña sensación de que sólo la gente
de mi generación puede disfrutar de esos recuerdos. Quizás sea porque todos los
juguetes nos cabían en un bidón de detergente y teníamos que llenar nosotros
solitos las horas y las entendederas con una cosa muy rara llamada imaginación.
Hoy he entrado a casa de mi madre muy temprano. Olía a
magdalenas y a abuela y me he sentido bien, muy bien. Tanto es así que he
pensado que el día que ella no este seguramente serán estas y no otras, las
cosas que mas eche de menos: el olor que desprenden los buenos
recuerdos.
Y luego he pensado si algún día yo seré capaz de
inspirar lo mismo en los que deje aquí. Espero no oler a
wii…..
E.Sandoval
1 comentario:
Cierro los ojos y también puedo recordar el olor de la abuela...
Gracias
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